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MARI LOPE

¿Quién era Mari Lope?

Imagínate, lector, una tierna y hermosa mestiza de español e india, que heredara del padre las facciones caucásicas y de la madre el tinte dorado de la piel, la negrura del pelo y de los ojos, la mirada ingenua y el natural sencillo. Era de genio vivo y alegre, hacendosa, enamorada de las flores y apasionada al canto. Con el mismo cariño con que cultivaba sus silvestres flores, cuidaba de las palomas y pájaros con mimo domesticados. Nadie como ella contaba con más unción los areitos religiosos, no con más ardor los cantos guerreros, ni con más dulzura las historias amorosas de siboneyes y piratas. A todos sonreía con ingenua pureza, a ninguno despreciaba por baja que fuera su condición, pero a nadie mostraba predilección especial, como no fuera a los que le dieron el ser.

Educada por un padre profundamente piadoso, había germinado en ella y florecido lozano el místico amor por lo divino. Su espíritu iluminado se recreaba en las cosas y figuras celestiales; su alma flotaba siempre entre las nubes y reflejos de la gloria y su más ardiente aspiración era ir al eterno Paraíso celestial ofrecido por Cristo a sus adeptos.

Tal era Mari Lope, la tierna y hermosa doncella.

De más está decir que la admiraban y requerían de amores todos los jóvenes siboneyes de la comarca, de los que siempre había rondando algunos por las cercanías del bohío de Mari Lope, que se levantaba próximo a los terrenos que hoy ocupa el edificio, en construcción, del Yacht Club. Ella, casta y pura, consagrada a sus flores y aladas avecillas repartía los tesoros de su amor entre los que le habían dado el ser y Dios.

Como en el caso de Azurina, hubo de penetrar en la bahía de Jagua una nave filibustera, en busca de reparación. La capitaneaba Jean el Temerario, pirata feroz de mala entraña y peores instintos, joven todavía y de arrogante figura. Desfiguraban su rostro atezado, la dureza de la mirada y enorme cicatriz que le cruzaba la mejilla izquierda. Al ver a Mari Lope, concibió por ella ardiente pasión, y sintió el deseo de poseerla; pero cuantas veces se acercó para hablarle de amores, otras tantas veces fue cortésmente rechazado. Tenaz y terco, no se dió por vencido el pirata, confiando que, sin no de grado, por fuerza había de obtener lo que se proponía.

Una tarde la vió paseando en la solitaria playa. Cauteloso se acercó.

  • Y bien, Mari Lope – le dijo-, ¿persistes en despreciar mi amor?
  • He prometido no ser de ningún hombre; pertenezco a Dios.

Jean era a su modo creyente, pero en aquel momento sintió el aguijón de los celos del Ser Supremo que le disputaba el amor de la mujer que él adoraba.

  • Mari – arguyó- el amor de Dios no puede impedirte que me correspondas.
  • Es inútil, no insistas No te amo. Puedo ser tu amiga, no tu amante.
  • Soy rico y valiente, señor de estos mares, que surco con mi bajel sin temor a nadie. Poseo inmensos tesoros y libre soy de apoderarme de cuantas riquezas estén a mi alcance. Ven conmigo; serás reina y señora, mis marineros tus vasallos, conquistaré para ti una isla, tendrás, ricos trajes de seda y brocados, joyas las más costosas, esclavos dispuestos siempre a servirte y a satisfacer el menor de tus caprichos.

Mari Lope movió negativamente la cabeza y se limitó a responder:

  • Guarda para ti las riquezas que me ofreces: no las necesito. No puedo ser tuya, porque soy de Dios.

Frenético de pasión y exacerbado por la negativa, Jean se acerca a Mari e intenta abrazarla. Logra ella, con esfuerzo sobrehumano, desprenderse de los hercúleos brazos que la enlazan y emprende veloz carrera. Próxima al hogar y cuando ya creía segura su salvación, algunos marineros de Jean salieron a su encuentro y a viva fuerza la detuvieron. Cuando llegó el pirata y quiso de nuevo retenerla entre sus brazos, brotó milagrosamente de la tierra, entre la doncella y su perseguidor, un tunal de agudas y penetrantes espinas. Jean fuera de sí saca del cinto su pistolete y dispara, hiriendo en la frente a Mari, que cae desplomada, al tiempo que una paloma de blancas alas se remonta por el aire y se pierde tras una nube. El brillo de un relámpago deslumbró a los piratas que al volver en sí vieron arder el cadáver de Mari y el tunal que tan prodigiosamente había brotado. En el lugar que este ocupara, surge una rústica cruz, hecha de añoso tronco de cují, y como formando la peana de la cruz, aparecen hermosas flores de azufre.

La fantasía popular, siempre poética y creadora, representa a Mari vistiendo larga túnica amarilla, con una tosca cruz de madera al pecho, y tocada de largo y flotante cendal, coronada de flores de cují, llevando en la mano una cesta llena de las flores que llevan su nombre: Mari-Lope.

Así termina la tradición. Lector curioso y amante de las glorias de Cienfuegos, si alguna vez sientes el peso de la vida y tu espíritu flaquea, dirígete a las salobres orillas de Tureira y fija tú mirada en la modesta flor de Mari-Lope. Es recuerdo que debe su origen legendario a la pura y candorosa doncella que llevó su nombre.

Si la senda del deber se te hace espinosa, si las púas de la vida rompen tu corazón, si tu alma gime amargada por las hieles de la vida, si el presente es sombrío y el porvenir te aterra, recuerda con amor que una débil doncella te dió ejemplo de heroísmo y que supo morir, pero no ceder ante la fuerza bruta que la perseguía; saluda respetuoso y besa con cariño a la flor modesta a la que nuestros antepasados dieron el nombre de Mari-Lope en recuerdo de la heroína que ofrendó a Dios amores y vida. 

Mitos y Leyendas de Las Villas. Selección de textos y ordenamiento por Samuel Feijóo. UCLV. 1965

 

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